Tengo que reconocer que nunca he tenido un iPhone, un iPod ni mucho menos un iPad. Tampoco he tenido nunca un MacBook. Mi experiencia Apple se reduce a los ordenadores de las cabinas de edición de la facultad (ah, que tiempos aquellos). Por ello, la conmoción general que se ha creado en torno a la muerte de Steve Jobs me pilla un poco desde fuera, aunque obviamente la muerte de una persona siempre es un hecho que hay que lamentar.
Dicen que fue un gurú, un visionario y, sobre todo, un genio. Y es obvio que lo era, no sé hasta que punto era un genio de la tecnología, pero lo que sí que está clarísimo es que era un genio del marketing. Porque vale que los productos de Apple tienen una gran calidad, no voy a negar eso, pero también hay que reconocer que sus precios eran en ocasiones totalmente desorbitados. Y este señor lograba que miles de personas los pagaran encantados.
De hecho, las personas "anti-Apple" (que todo fenómeno de masas tiene sus seguidores y sus detractores) acusan en numerosas ocasiones a aquellos que corren a comprar todos sus productos a las tiendas como parte de una secta. Y lo que yo he podido ver hoy en los medios demuestra que algo de razón tienen. Porque es obvio que la muerte de alguien a quien admiras es un hecho triste, pero poner velas y flores en la puerta de su tienda me parece un poco excesivo.
Pero aunque yo no comparta esa devoción acrítica hacia su persona, lo cierto es que hemos asistido al fallecimiento de una personalidad como es probable que no veamos nunca. Alguien que consigue hacer de una marca de ordenadores toda una religión de seguidores acérrimos es sin duda alguna digno de admiración. Así que desde aquí aprovecho para expresar mis condolencias a todos sus fans. Descanse en paz.
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